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Young boys carries instrument
Integrantes de la banda llevan a casa sus instrumentos después de ensayar en la escuela de música de Vicente Guerrero. Photograph: Ginnette Riquelme/The Guardian
Integrantes de la banda llevan a casa sus instrumentos después de ensayar en la escuela de música de Vicente Guerrero. Photograph: Ginnette Riquelme/The Guardian

La escuela mexicana de música a orillas de un basurero municipal

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Jóvenes músicos del barrio improvisado de Vicente Guerrero en Oaxaca han desafiado los pronósticos para ofrecer esperanza a su comunidad asolada

Un buen sábado por la mañana, la escuela de música en Vicente Guerrero está llena de alboroto y entusiasmo con las preparaciones para el concierto debut de su orquestra de cámara: en una esquina en la sombra, un grupo de clarinetistas de nuevo cuño están practicando ejercicios de respiración; en el patio, la sección de cello está ensayando escalas; en las cercanías, se lleva a cabo una lección de flauta para cinco niñas estudiantes.

Lo que llama tanto la atención en este muy idílico escenario es la ubicación de Vicente Guerrero a orillas de un gran basurero. La comunidad, situada en uno de los estados más pobres de México, tiene fama por drogadicción y violencia de pandillas. Pero actualmente está viviendo una transformación, luego de que un encuentro fortuito con una piloto francesa ayudara a lanzar una aventura musical que ofrece una rara esperanza a su juventud.

Vicente Guerrero se encuentra a tan sólo 16 kilómetros al sur de Oaxaca, ciudad colonial preferida por los turistas, pero el barrio es un mundo aparte de las ruinas precolombinas y la cocina de renombre internacional. Los funcionarios de la ciudad abrieron el basurero en la década de 1980 en lo que en aquel entonces era un terreno baldío deshabitado. Con el paso de los años, familias de bajos recursos – sobre todo migrantes oriundos todas partes de México y Centroamérica – construyeron viviendas improvisadas en las orillas del enorme basurero, y el barrio es ahora el hogar de 13,000 personas.

Pero Vicente Guerrero aún cuenta con pocos servicios básicos. Tiene muchas iglesias, pero sólo una clínica de salud y una calle pavimentada. Casi todos los edificios están marcados con grafiti.

La escuela de música abrió sus puertas en 2011 como parte de un programa de prevención de la violencia establecida por la iglesia católica local. Camerino López, de 33 años, un clarinetista proveniente de la región indígena zapoteca de Oaxaca, fue reclutado como líder del proyecto. El primer año, 25 estudiantes aprendieron a leer música y golpetearon ritmos en tinas vacías y sillas.

Armando Juarez, 13. Photograph: Ginnette Riquelme

“La comunidad tenía tan mala fama que al principio no quería venir ningún maestro de música,” dijo López. “La gente bromeaba, diciendo que en Vicente Guerrero matan gratis. Ahora eso está cambiando, y la gente se siente orgullosa.”

El cambio comenzó cuando Isabelle de Boves, una piloto francesa, fue a visitar a su tía mayor, una monja que vivía en los alrededores. Impresionada por la escuela de música improvisada, De Boves comenzó a recolectar instrumentos musicales que sus amigos y familiares en casa ya no querían. Dentro de un par de meses, hizo su primer envío: 21 trompetas, trombones, clarinetes y saxofones.

“Desde la primera vez que conocí a los niños, tenían estrellas en los ojos, y hablaban de sus sueños como músicos,” dijo De Boves. “Sus padres son buenas personas: ellos luchan por este proyecto, vendiendo tortillas después de misa todos los domingos para comprar instrumentos. No esperaban nada y no estaban acostumbrados a recibir ayuda.”

Desde entonces, De Boves ha organizado en París un sinnúmero de conciertos de beneficencia para comprar instrumentos, financiar becas y enviar músicos a dar clases a la escuela, que los padres construyeron utilizando materiales pagados por la fundación caritativa de Air France.

La escuela, que ahora tiene 100 estudiantes, se ha vuelto un eje central de la comunidad, e incluso los padres más escépticos están permitiendo que sus hijos acudan.

Armando Juárez, de 13 años, es el único que toca la tuba – y uno de los estudiantes más difíciles de la escuela. Se unió el año pasado casi al mismo tiempo que abandonó la escuela primaria, donde constantemente se metía en problemas por saltarse las clases y contestarles a los maestros.

Rigoberto, 15. Photograph: Ginnette Riquelme

“Yo prefería andar en la calle y pintando grafiti con mis amigos,” dijo Juárez, cuyas travesuras llevaban a constantes peleas con los jóvenes en otros vecindarios.

Juárez es tímido, tiene mal genio, y es precisamente el tipo de joven para el cual se fundó la escuela. Él nunca ha conocido a su padre, su madre trabaja muchas horas para llegar a fin de mes, y sus primos están involucrados con pandillas locales.

“La música me relaja,” dice Juárez. “Aquí he hecho muchos amigos nuevos, ya casi nunca ando en la calle.”

Hoy en día, la escuela cuenta con 165 instrumentos y un impresionante taller dirigido por una mujer de la localidad, Patricia García, de 25 años, quien se ganó una beca para estudiar reparación de instrumentos en París. La mayoría de los estudiantes pagan 60 pesos (£2.50) por semana, pero aquellos que provienen de las familias de más bajos ingresos acuden de manera gratuita.

Oaxaca tiene una rica historia musical y la mayoría de los vecindarios tienen orquestras de metales que se presentan en fiestas y eventos religiosos. La orquestra de la escuela de Vicente Guerrero está adquiriendo fama y presentan conciertos en misas, festivales y eventos comunitarios – y más recientemente en el hospital infantil de la ciudad.

Patricia García. Photograph: Ginnette Riquelme

Este año, la escuela ha reunido una orquestra con una sección de cuerdas completa. Hará su debut el martes como parte de las celebraciones del Día Internacional de la Música.

Hace poco, una mañana, Vanessa Silva Vásquez, de 8 años, hacía su mejor esfuerzo por dominar las posiciones de los dedos en la flauta. Tenía muchas ganas de tocar el saxofón, pero se le cayó un diente de enfrente y el repuesto se niega a salir. Hasta que eso suceda, el saxo no es opción. Sin importar lo anterior, ella acude a clase con diligencia seis días a la semana.

Hace 10 años, los padres de Vásquez se desplazaron ahí desde la costa en busca de trabajo. “Nunca tuve oportunidad de tocar un instrumento, pero la música puede distraer a los niños y prevenir que se metan en problemas,” dijo su madre, María de Los Ángeles Vásquez, de 29 años. “El día se hace largo después de la escuela, pero a Vanessa le encanta y está deseosa de llegar a dar la talla para unirse la banda.”

La música ha mantenido a flote el sentido de valor colectivo de la comunidad, y les está abriendo las puertas a algunos de los niños que comienzan a creer en sí mismos.

Hace poco, Florida Velásquez, una talentosa clarinetista de 15 años, fue aceptada en la prestigiosa escuela de música indígena Cecam, convirtiéndose en la quinta estudiante de Vicente Guerrero en acceder a la posibilidad de estudiar en otro sitio.

Su hermano, Octavio, percusionista de 19 años, también fue aceptado en la Cecam, pero se vio obligado a abandonar la escuela para trabajar como constructor y apoyar a su familia. Todavía toca en la banda.

Florida Velásquez aún sueña con convertirse en músico profesionista, y quiere comprarle casa a su familia. “Para nosotros la vida ha sido muy dura y siempre me preocupa mi familia, pero la música me ayuda a imaginar una vida fuera del barrio – y pensar en un futuro diferente.”

Sigue la conversación con el hashtag #LatAmNow.

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