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Una manifestante de Resistencia Hábitat III frente a la policía antidisturbios en las calles de Quito.
Una manifestante de Resistencia Hábitat III frente a la policía antidisturbios en las calles de Quito. Photograph: Robert Puglla/EPA
Una manifestante de Resistencia Hábitat III frente a la policía antidisturbios en las calles de Quito. Photograph: Robert Puglla/EPA

El mundo se da cita en Quito para discutir las ciudades, pero ¿están siendo escuchadas las voces locales?

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Alrededor de 45,000 personas se reúnen en la capital de Ecuador para la Conferencia de la ONU sobre el futuro de las ciudades. Dentro del recinto, los delegados apoyan una mayor inclusión para la mejora de las ciudades, pero en las calles de Quito, los ciudadanos se sienten excluidos

‘Nuestro barrio no está a la venta’: residentes de Quito luchan para no ser desplazados – en fotos

En un inusual parche de césped en medio de las vertiginosas pendientes de la quebrada del río Machángara, en Quito, Ricardo Buitrón describe los sueños que tiene para el futuro de las ciudades.

“Siempre hemos estado proponiendo nuevos modelos de ciudad – una ciudad para la gente; una ciudad cuyos residentes puedan tener su voz en cuanto a la planificación y organización”.

Aunque los escenarios no pueden ser más distintos, las ambiciones de Buitrón son notablemente similares a lo que se dice esta semana en otro lado de la capital de Ecuador. “Las Olimpiadas del urbanismo”, Hábitat III –la conferencia de las Naciones Unidas, que tiene lugar cada 20 años, donde se discute el futuro de las ciudades del planeta– han aterrizado con un estallido burocrático en el prístino y podado césped del parque El Arbolito, en una zona céntrica de Quito.

Alrededor de 45,000 delegados –incluyendo al menos 200 alcaldes, 140 delegaciones nacionales, además de destacados académicos, arquitectos y urbanistas– se han reunido aquí para discutir cómo hacer ciudades más “sustentables, inclusivas y resilientes”, para citar tres de los términos de moda favoritos de la conferencia.

Pero Buitrón no está entre ellos. Él es, de hecho, activista y coordinador de Resistencia Hábitat III, una “contraparte” de más de 40 agrupaciones comunitarias de Quito y otras localidades de Ecuador –una mezcla ecléctica de grupos barriales e indígenas, organizaciones de mujeres, ciclistas y activistas medioambientales– que se reunió para resaltar los asuntos locales que, según ellos, están siendo ignorados por la convención que tiene lugar en la ciudad.

Un afiche del grupo de resistencia

“Este evento es bueno porque nos da un pretexto para reunirnos, para hacer propuestas para nuestras ciudades y para cuestionar los modelos que están siendo usados en Hábitat III”, dice Buitrón. “Varios de los temas que se discuten son importantes – pero la voz de las poblaciones locales no está siendo escuchada”.

Quito está “llegando a un punto de no retorno”, Buitrón explica con tono de urgencia. “La ciudad está volviéndose invivible porque los vehículos predominan. El Municipio invierte mucho dinero en proyectos, pero no hay un plan integral para hacer que las cosas funciones para la mayoría de gente de aquí”.

Barreras para la inclusión

Como un Post-it gigante dirigido a los asistentes de la conferencia, uno de los carteles de Hábitat III colocados en el sitio declara “CIUDADES INCLUSIVAS”. Sin embargo, el impacto del mensaje del cartel se ve disminuido por el hecho de que está colgado de la cerca de seguridad de alambre que rodea el campus.

Mientras dure la conferencia, lo que está dentro de la cerca es oficialmente territorio de Naciones Unidas, con leyes de ese organismo sustituyendo aquellas del país anfitrión. El sentimiento de separación es exacerbado por los diversos cierres de caminos y por la fuerte presencia policial en las cuadras aledañas.

Como es apropiado para una conferencia sobre urbanismo, este es un evento de gran densidad, con miles de delegados agolpándose en la sección del parque que rodea al moderno edificio circular de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Pero, como resultado, las filas por la mañana para los chequeos de seguridad ‘estilo aeropuerto’ han sido infernales, con los asistentes haciendo colas que serpentean por todo el parque mientras esperan para ingresar, por horas, bajo el sol ecuatorial.

Cercas que protegen el sitio principal de Hábitat III, mientras los asistentes hacen fila en la distancia. Photograph: Francesca Perry

Con tantos dignatarios reunidos, la seguridad siempre será un gran dolor de cabeza. Pero, de acuerdo a Jaime Izurieta, un arquitecto y urbanista de Quito, “La cerca perimetral se siente como algo que simboliza el hecho de que el movimiento global de ciudades está fracasando en su ambición de ser inclusivo”.

En la capital de Ecuador, dice Izurieta, se ha invertido mucho tiempo y dinero en la conservación de edificios históricos como el Teatro Sucre, en el Centro Histórico. (En 1978, Quito fue una de las dos primeras ciudades en ser declaradas por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad.)

“Pero entonces ellos ponen cercas a su alrededor (del teatro) cuando hay una ópera, para evitar que aquellos que van a verla se tengan que mezclar con el resto de la población. Hemos fracasado en integrar a la mayoría de la gente de aquí – y las intervenciones, tales como restaurar edificios y construir caminos, no ayudan a todos”.

El logro de cabecera de Hábitat III es la Nueva Agenda Urbana; que en palabras de la ONU es “un documentado orientado a la acción que establecerá estándares globales para logros en desarrollo urbano sostenible”.

A diferencia del Acuerdo de París de 2015 de la ONU sobre cambio climático –que creó un comité legalmente vinculante para restringir las emisiones de carbono de los estados miembros– no hay nada ejecutable en la Nueva Agenda Urbana. En su lugar, es una lista de deseos de 23 páginas, teórica (algunos han dicho “utópica”), de aquello que construye mejores ciudades, basada en la investigación y aportes de una colección global de académicos y otros expertos urbanos –que fueron negociados hasta que se acordó un borrador final el 10 de septiembre en Nueva York.

El secretario general de la UN, Ban Ki-moon, y el alcalde de Quito en Hábitat III. Photograph: Jose Jacome/EPA

Las mayores tensiones en este proceso se dieron alrededor del tema de la inclusión. A pesar del empuje dado por Canadá para que se incluyera una declaración acerca de los derechos de ciudadanos LGBTI, otros países, incluyendo Irán y Rusia, no permitirían tal lenguaje en la agenda final –lo que condujo a una enérgica respuesta por parte de Julian Castro, el secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos, quien dijo que EE.UU. estaba “decepcionado, francamente, de que algunos delegados hayan descarrilado completamente las negociaciones, en lugar de incluir protecciones LGBTI”.

Otra manzana de la discordia fue lo concerniente al “derecho a la ciudad” – el creciente movimiento político que busca consagrar la igualdad de derechos de todos los ciudadanos como el corazón del gobierno de una ciudad. Ecuador, de hecho, fue un pionero en incorporar esta idea en su Constitución, pero otros estados miembros de la ONU, incluyendo Estados Unidos, estaban insatisfechos con cualquier cosa que fuera más que una referencia al paso.

A pesar de estas diferencias, la palabra “inclusivo” aparece no menos de 36 veces en el documento final de la Nueva Agenda Urbana.

Ciudad de protesta”

Uno de los grupos clave del movimiento Resistencia Hábitat III es el comité de residentes del barrio Bolaños, el precario barrio en las escarpadas laderas de la quebrada del río Machángara. Tal y como está, un gran proyecto de infraestructura propuesto por el Municipio amenaza con desplazarlos de sus viviendas, y ellos se encuentran peleando por su derecho a quedarse.

Bolaños está compuesto por una pizca de casas familiares en medio del bosque, vegetación gruesa y parches de suelo productivo que ayudan a alimentar a la comunidad. Coronando el vecindario está la autopista Interocéanica, que desemboca en el túnel Oswaldo Guayasamín, el cual la conecta con una zona central de la ciudad. El túnel suele estar notablemente paralizado: los autos hacen fila por horas, y los pasajeros no pueden abrir las ventanillas debido a los gases.

Los residentes de Bolaños viven en las escarpadas pendientes de la quebrada del río Machángara. Photograph: Bolaños/Francesca Perry

Los conductores de las ciudad están exasperados, y la solución del alcalde (llamada Solución Vial Guayasamín) consiste en construir un nuevo puente elevado y añadir más carriles a la congestionada vía Interoceánica para así aumentar la capacidad vehicular de Quito. Para una ciudad en apariencia entusiasta de la sostenibilidad, el proyecto tiene sorprendentemente un enfoque del urbanismo muy de los años sesenta, basado en el coche.

Con la nueva infraestructura, se ha considerado que es muy riesgoso para los residentes de Bolaños permanecer en el barrio (el puente pasaría sobre las casas). En consecuencia, el gobierno local los está alentando a abandonar sus hogares – y si no obedecen, desalojos forzados podrían tener lugar.

“El barrio no está a la venta. Si ellos quieren que nos movamos, tendrán que esperar a que estemos muertos”, declara la residente del barrio María Luisa Achig, quien lleva un sombrero para protegerse del sol intenso y está posada en un volado rocoso que se asoma sobre el valle. “Este barrio fue fundado por nuestros ancestros. Nosotros construimos nuestras casas con nuestras propias manos. No podemos perder nuestras tierras”.

Cada jueves, un grupo de residentes de Bolaños protesta en Plaza Argentina, en una zona céntrica de Quito, en un intento por detener el proyecto. Demostraciones como estas son bastante normales: los locales dicen que Quito es “una ciudad de protestas”.

María Luisa Achig

Nataly Pinto Alvaro, quien maneja una empresa de consultoría social enfocada en desarrollo económico local, sostenibilidad y derechos humanos, ha trabajado junto a otros profesionales para apoyar a los residentes de Bolaños, ofreciéndoles asistencia administrativa y legal. “Les ayudamos a protestar para asegurarnos de que no estén solos”, dice. “No solo se trata de ellos. El desplazamiento, la comunidad y los derechos a la vivienda son asuntos que nos afectan a todos en Quito. Tenemos que tomar una posición juntos”.

En un sábado de mediados de octubre, los habitantes de Bolaños trabajan juntos para destapar lo que ellos creen que es un antiguo camino en la ladera junto a su comunidad. Cerca de donde están, explican, había dos fuertes militares incas – y ellos están convencidos de que las piedras que han encontrado bajo la vegetación y la tierra son parte del camino que los conectaba. “Esta era la entrada a Quito desde la Amazonía”, explica uno de los vecinos.

El camino es particularmente simbólico para los residentes, ya que la ruta que los conectaba a comunidades vecinas fue destruida, en la década de los setenta, con la construcción de la autopista Simón Bolívar, una de las principales vías que conecta el centro de la ciudad con sus alrededores. Ahora, ellos sienten nuevamente que un proyecto de infraestructura amenaza su barrio.

Desde luego, si los residentes logran probar que están sobre una ruta inca genuina, eso sería un argumento fuerte para impedir que el proyecto siga adelante. “No creo que vayan a encontrar ruinas antiguas”, sugiere Izurieta, quien cree que el proyecto es innecesario y que solo empeorará la congestión vehicular, “pero si lo hacen, lo cambiaría todo”.

La limpieza colectiva de estas supuestas rutas antiguas es un ejemplo de “minga”, una particular tradición andina en la que la comunidad se reúne en un día determinado para hacer mejoras a su vecindario – todo, desde limpiar y plantar flores hasta construir nueva infraestructura. “Yo lo llamo placemaking nativo ecuatoriano”, dice Izurieta, quien está llevando la idea a un barrio más central de la capital.

Los residentes de Bolaños retiran vegetación como parte de la minga. Photograph: Francesca Perry

Aunque las mingas tradicionalmente se llevan a cabo en partes más pobres de las ciudades, Izurieta cree que es un modelo que puede transformar comunidades alrededor de Quito y en otras ciudades. Actualmente, él es parte del proyecto OPUS La Mariscal, en uno de los barrios centrales de Quito, el cual está lleno de bares, restaurantes y vida nocturna. El área alguna vez fue considerada peligrosa, pero ahora es la “zona rosa” de la ciudad. Como resultado de esto, no muchas personas viven ahí.

“Queremos hacer que La Mariscal vuelva a ser un distrito residencial”, explica. El proyecto involucra trabajar con negocios locales y con algunos residentes para mejorar el ámbito público, arreglar el pavimento, plantar árboles, restaurar casas e, incluso, crear granjas urbanas. “Todo se hace mediante el proceso de ‘minga’”, dice Izurieta. “Todo el mundo es voluntario y ama estar involucrado, pero al Municipio no le gusta – lo ven como competencia”.

Sentirse amenazado por la “minga” se siente ilógico cuando las mejoras en los barrios populares tienen el potencial de quitar la presión a las autoridades municipales que ya están complicadas financieramente. Izurieta cree que la idea de la “minga” es un modelo urbano positivo que Quito debería compartir con el mundo durante Hábitat III.

“Esto podría ayudar a ciudades en todas partes”, dice. “Fortalece las relaciones comunitarias y trae una transformación positiva a los barrios. Significa que la gente está más involucrada con su ciudad”.

¿Una visión común para las ciudades?

Hábitat III es la última actuación pública de Ban Ki-moon, cuyo reinado de 10 años como secretario general de la ONU termina el último día del 2016. Y en Quito, él – como Ricardo Buitrón de Resistencia Hábitat III– se apresuró a pedir un enfoque más inclusivo en cuanto al gobierno de ciudades.

En una reunión de alcaldes que fue llamada un nuevo “parlamento global”, Ban resaltó la meta 11 de la Nueva Agenda Urbana, la cual “se compromete a hacer que los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”. Él urgió a los cerca de 400 alcaldes y representantes regionales que estuvieron presentes a “apoderarse con fuerza de esta agenda vital. A defender a la gente que representan”.

Entonces, ¿podría Hábitat III convertirse en el “inicio de una visión común para las ciudades” – o es más probable que sea un montón de “urban wash” inefectivo aunque bien intencionado?

Ban Ki-moon urgió a los alcaldes a ‘defender a la gente que representan’. Photograph: Juan Cevallos/AFP/Getty Images

El Plan de Implementación de Quito es el intento de la cumbre por lograr que los estados y ciudades miembros firmen compromisos a largo plazo, ya sea en relación al cambio climático (las ciudades del mundo son responsables de al menos el 70% de las emisiones de carbono) o la provisión de espacio público. Pero la ONU enfatiza que estos son “compromisos voluntarios que buscan convertirse en acciones concretas” – sin embargo, no son garantías.

Según el alcalde de Berlín, Michael Müller, uno de los aspectos más significativos de la Nueva Agenda Urbana es el hecho de que las “ciudades no son solo mencionadas, sino aceptadas como socios”. La tendencia hacia el traspaso de poder desde los gobiernos nacionales hacia los alcaldes de las ciudades es particularmente clave para el progreso, dice Müller, y añade: “La Nueva Agenda Urbana solo tiene oportunidad de tener éxito si se permite a las ciudades ser parte de su implementación”.

Pero, ¿qué hay de los residentes de Quito? ¿Qué sucederá con su ciudad una vez que esta gigante maquinaria urbana se haya ido al final de esta semana? ¿Habrá cambiado algo para bien?

Daniel, líder barrial de La Mariscal, quien también está empezando un negocio de cafetería, reflexiona sobre estas cuestiones mientras pone a secar un montón de granos de café sobre una red.

“Yo no sé si Hábitat III será bueno o malo para la ciudad, aunque espero que tenga un impacto positivo. No lo averiguaremos hasta que el evento se termine y todos se vayan a casa, pero espero que permita al gobierno de la ciudad aprender, de otros alcaldes de alrededor del mundo, cómo mejorar la ciudad para todos”.

El alcalde de Quito es Mauricio Rodas, cuyo proyecto vial está causando que la gente de Bolaños se levante en protesta. Como todos en Quito han hecho durante esta semana, él apoya los beneficios de la inclusividad para la salud y la prosperidad a futuro de la ciudad, convencido de que ser anfitrión de Hábitat III ayudará a que esto se alcance.

“Ya estamos implementando políticas para el desarrollo urbano sostenible”, dice Rodas, “pero tener estas discusiones nos alienta a profundizar en dirección a mejorar la calidad de vida de los quiteños, con un plan claro de desarrollo económico, inclusión social y respeto por el medio ambiente”.

“Hábitat III nos da la oportunidad de estar ante los ojos del mundo”, dice Rodas – y lo mismo podría decirse de la gente de Bolaños. Ellos pueden sentir que la inclusión social no está siendo puesta en práctica de la forma en que el alcalde y su gobierno municipal la predican – pero si la Nueva Agenda Urbana puede ser implementada de una forma significativa, quizás sus beneficios puedan extenderse también hasta ellos.

Con la ayuda de Marcela Ribadeneira y Eduardo Varas en Quito. Sigue Guardian Cities en Twitter y Facebook y únete a la discusión

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