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    A mi novio le gustan las gorditas

    Como soy una de ellas, todavía no sé cómo me siento al respecto.

    Es irónico: conocí a mi novio en el mes en que alcancé el menor peso que tuve en toda mi vida.

    Estaba en la fiesta de cumpleaños de un amigo, en un bar, cuando vi a mi futura pareja Brian desde la otra punta del salón: estaba hablando con el cumpleañero. Brian era el tipo de hombre que durante la mayor parte de la escuela secundaria, la universidad y toda mi vida adulta yo había deseado y nunca había conseguido: delgado, de cabello oscuro y anteojos, con los jeans rotos en los lugares adecuados. Tenía una boca hermosa que, con entusiasmo, contaba algo que yo no podía escuchar, pero que hacía reír a todos a su alrededor.

    Si todavía hubiera estado en mi peso máximo, jamás me hubiera acercado a Brian. A las gorditas, nos enseñan que hay un orden para el amor: primero, adelgazas; luego, puedes salir con quien quieres. Si no haces lo primero, lo segundo es imposible. Por lo tanto, para muchas mujeres que tienen problemas de peso, esto se convierte en una pelea no solo por su salud o bienestar, sino una batalla tan solo para merecer el amor que tantas personas dan por sentado.

    La mayor parte de mi vida sentí que mi peso era un haz de luz que me iluminaba desde arriba y me perseguía sin pausa, que ponía el foco de atención en mi cuerpo incluso cuando yo solo quería esconderme. Cuando era pequeña, gané el título extraoficial de "vaca de la clase", y lo acepté con muchas ganas porque la otra opción era no tener amigos. Cuando tenía diez años, mi papá me arrancó de las manos una caja de cereales cuando yo intentaba servirme por segunda vez y me dijo que iba a "convertirme en una maldita pelota". El verano en que cumplí catorce, sudaba hasta más no poder todos los días durante una hora en las prácticas del equipo de natación. Aun así, cuando un día me puse un biquini, mi mamá no paró de hablar sobre la grasa de mi barriga hasta que quise tirarlo y nunca más volver a ponerme uno. Siempre odié mi cuerpo y, si miro hacia atrás, no estoy segura de que alguna vez me hayan dado la oportunidad de quererlo.

    Pero conocí a Brian luego de haber pasado el año anterior bajando 20 kg con lentitud, lo cual se debió, casi por completo, al desempleo. No compraba mucha comida y pasaba gran parte de mi tiempo libre desarrollando el hábito de correr por nervios, lo que me llevó a pasar muchas horas de cada día trotando en círculos por mi barrio, intentando llegar a algún lado, aunque mi carrera profesional no avanzaba.

    De manera que me sentía valiente, me inspiraba el tipo estúpido de coraje que aparece cuando, de repente, tienes un cuerpo que nunca creíste que habitarías, y te preguntas qué cosas te permitiría hacer. Así que, con esa locura, crucé hasta la otra punta del bar y me presenté.

    Entre el momento en que Brian me besó por primera vez y el momento en que supe que le atraían las mujeres corpulentas, hubo un período de tres horas en el que sentí que podía hacer cualquier cosa. En mi mente, había logrado lo imposible. Seducir a una persona delgada y atractiva era como llevarse la medalla de bronce, de plata y de oro juntas en las Olimpíadas de las Exgorditas.

    Recuerdo que, en algún momento de la noche, mientras aún estaba acostada a su lado y me sentía orgullosísima de mi victoria, Brian mencionó que yo no era el tipo de muchacha que le gustaba "por lo general".

    Mi "alerta de imbéciles" interna empezó a sonar. "Dios mío", pensé. "¿Va a decirme lo amable que es por haberle dado esperanza a una regordeta como yo?".

    "¿Qué tipo de mujer te gusta 'por lo general'?", le pregunté y me preparé para que, sin mucha sutileza, me diera a entender que, en general, puede conseguir muchachas mejores que yo.

    Pero la respuesta que recibí no fue la que esperaba.

    "Me gustan las mujeres más grandotas", respondió Brian. "En realidad, las mujeres muy corpulentas". Sonaba tan relajado y normal como si estuviera hablándome del clima. No le daba vergüenza. De pronto, me di cuenta de que no buscaba criticarme, sino que solo era un comentario (muy normal para él) que hacía sobre sí mismo. En otras palabras, esto era solo parte de una conversación.

    De repente, la pequeña parte dentro de mí que había estado festejando durante horas se quedó en silencio. "Pero yo soy tu tipo", pensé con tristeza. En ese momento, sé que Brian había dicho que no me consideraba gorda, pero también sé, al igual que cualquiera, que uno no puede cambiar en esencia por quiénes se siente atraído. A Brian todavía le atraían las muchachas gordas, y yo era una de ellas.

    Claro que esto no afectaba cuánto me gustaba Brian a mí. Comenzamos a salir casi de inmediato y nos volvimos inseparables. Cuando se lo describía a alguien, tendía a usar como referencia a personas famosas de las que estaba enamorada en ese momento:

    "Se parece a Johnny Depp cuando usa anteojos, pero morocho".

    "Es como una versión norteamericana de John Oliver, más joven y con mejor piel".

    "Brian se parece a Rick Moranis en Cazafantasmas", dije una vez en una fiesta de Halloween, sin que nadie me lo preguntara. "Pero más lindo".

    Durante ese período, comencé a recuperar el peso de a poco. No porque Brian hiciera algo para sabotearme: él apoyaba y sigue apoyando mi deseo de comer sano y hacer ejercicio. Solo era el resultado de tener una relación satisfactoria; de repente, tener un trabajo a tiempo completo y de que la vida se acomodara. Cosas normales.

    A los seis meses de estar juntos, me encontré en un problema muy complicado con la ropa sucia para lavar. Me puse un vestido de verano que me pareció que tenía la espalda demasiado descubierta para el peso que yo tenía en ese momento.

    "En el peor de los casos, me puedo parar contra una pared o caminar para atrás", le dije a Brian mientras me lo ponía, intentando disculparme con anticipación por un atuendo que estaba bastante segura de que estaba en el límite entre lo agradable y lo desagradable.

    Sin embargo, a Brian le encantó el vestido. Tal vez, le gustó "demasiado": gran parte del tiempo en que lo tuve puesto, me la pasé retándolo para que quitara las manos de la espalda abierta. Con este vestido, me sentí feliz y hermosa. Pronto, comencé a usarlo todo el tiempo.

    Luego, me lo puse para una fiesta. Más tarde esa noche, Brian, con entusiasmo y un poco borracho, dijo a un amigo de los dos: "¿No se ve fabulosa Kristin con ese vestido?".

    El silencio que vino después se sintió como si alguien estuviera a punto de presionar un botón que te deja caer en un tanque de agua: sabes que estás a punto de sumergirte indefenso en una bañera helada de dolor. Me di cuenta (un poco tarde, claro está) de que para Brian, "de verdad" me veía increíble en ese vestido. Porque me veía gorda.

    Si eres una persona gorda que está bajando de peso, de todos lados salen personas que te dicen cuán "sorprendente" te ves; incluso mi psiquiatra me llamaba "la increíble mujer que se encoge" casi en todas las sesiones. Las personas bienintencionadas sentían esta necesidad constante de dejar en claro que yo era mejor, de algún modo, cuando bajaba de peso, y eso solo hace que sea más doloroso cuando dejan de decirte lo bien que te ves y ya no te dicen nada de nada.

    Por primera vez desde que empecé a salir con Brian, me mire a mí misma y me di cuenta de que mi cuerpo, casi sin que yo me diera cuenta, estaba regresando a su estado anterior de gordura. "Este es tu verdadero yo", pensé. "Tu otro yo era solo un disfraz. Pero no podías engañar a todos para siempre".

    Y cuantos menos elogios recibía de otras personas sobre mi cuerpo, más recibía de Brian. Llegó un punto en que me dolía escuchar los halagos de Brian: cada vez que decía "Te ves hermosa", yo solo escuchaba "Te ves gorda".

    Comencé a probarme atuendos frente a Brian para que me diera su opinión. Era un buen sistema. Lo que a él le gustaba, no me lo ponía.

    Durante este tiempo, comencé a ser mala conmigo misma, en realidad cruel. Me miraba al espejo durante horas como un niño miraría embobado a una persona fea en la calle. Me presionaba los rollos del estómago con las manos para aplastarlos lo más posible e intentaba imaginar cómo se vería la mitad inferior de mi cuerpo sin la carga que yo le había puesto. Por cada elogio que recibía de Brian, yo me decía algo igual de cruel. Era como si mi imagen propia estuviera jugando un partido de tenis, y era más importante tener la razón que sentirme bien.

    Con el tiempo, las expresiones de Brian cuando yo me juzgaba en forma tan dura pasaron de la compasión a la frustración.

    "Me encanta tu cuerpo", me decía Brian con delicadeza. "Porque Kristin vive en tu cuerpo".

    Aunque era y soy amada, no me sentía así porque, en mi mente, no me lo merecía. "Ganaste", intentaba decirme a mí misma. "Aunque seguiste subiendo de peso, encontraste el amor".

    Un día, fui a una cita con mi psiquiatra y, por primera vez en años, no dijo nada sobre mi cuerpo. Nada de nada.

    "No, no gané", me decía a mí misma. "Logré lo que quería, pero no trabajé para alcanzarlo. Eso es hacer trampa. Hice trampa".

    Y si bien Brian es y siempre ha sido abierto y confiado respecto de sus preferencias, estas comenzaron a avergonzarme. Una vez, en una fiesta, dijo a un grupo de personas con las que estábamos hablando que creía que Adele era sexy. Se hizo un silencio breve, durante el cual me alejé a hurtadillas de la conversación, como si intentara escapar antes de que me compararan con ella.

    Lo que es ridículo. Adele es fabulosa. ¿Por qué yo no querría eso para mí?

    "¿Y qué sucedería si perdiera todo este peso?", me preguntaba con amargura. ¿Brian seguiría sintiéndose de la misma forma? ¿Estaba condenada a ser atractiva en la forma convencional o bien el objeto del fetiche de alguien?

    Brian se cansa de ver cómo me desprecio a mí misma. Tiene límites, es humano y, lo que es más importante, es un ser humano que me ama y al que le resulto atractiva, que se frustra por tener que defender esas elecciones justamente ante mí.

    En una ocasión, estábamos en un bar y vi a una mujer muy corpulenta sentada en el extremo de la barra. "¿Te parece bonita?", le pregunté a Brian de una forma que indicaba sin lugar a dudas que no lo era. Era una pregunta mezquina y malvada, y yo ya conocía la respuesta. Pero quería que él lo dijera, como si pudiera engañar a Brian para que admitiera en voz alta que, por supuesto, estaba muy equivocado en su idea de belleza y sus ideas sobre mí.

    "Sí", me dijo Brian, sin morder el anzuelo. "Es muy bonita. ¿Qué te sucede? ¿Quieres otra cerveza?".

    Una de las cosas que comprendí con el tiempo es que, cuando estás soltero, odiar tu cuerpo no le hace mal a nadie, salvo a ti mismo. Pero cuando estás en una relación, se convierte en una constante consulta popular sobre los gustos y el criterio de la persona que te ama.

    El otro problema es que cuanto más me ataco a mí misma, más se ataca Brian a sí mismo también. Si bien él no es gordo desde un punto de vista objetivo, no estuvo exento de los cinco o seis kilos que todos ganan cuando están felices y enamorados. Pero una mañana, lo vi mirándose en el espejo, agarrando su pequeña barriga y torturándose porque sentía que eso lo convertía en una persona espantosa.

    "Eso es ridículo", dije. Porque claro que lo era. Intentaba agarrarse la barriguita con las manos para subrayar lo que decía, pero no le alcanzaba ni para llenar un puño siquiera.

    "No, no lo es", dijo en ese tono de voz iracundo y desesperado que yo usaba tan a menudo. "Ahora soy solo una persona gorda".

    "No, no lo eres", pensé y me pregunté cuántas veces Brian se había sentido así: frustrado, irritado e impotente al verme denigrar algo que él amaba.

    Lo que más me costó entender es que, así como yo no soy solo una muchacha gorda, Brian no es solo alguien a quien le gustan las muchachas gordas. Es alguien que ha hecho un recorrido por esta vida repleta de costumbres sociales sobre lo que está bien y lo que no en cuanto a atracción física, y todo eso le resulta indiferente. La forma en que maneja esta atracción es una de sus características más seductoras. Sabe que su opinión no es de las más aceptadas y no pierde tiempo preocupándose por eso.

    Quisiera poder decir que me siento 100 % bien conmigo misma. Todavía tengo la costumbre, cuando alguien halaga una foto mía que yo odio, de preguntarme cuán mal me veo en todas las demás fotografías que no están halagando.

    Pero doy pequeños pasos. Cuando algunas colegas y yo publicamos este artículo sobre prendas con "talle único" en diciembre del año pasado, me aterré por los comentarios que recibiría sobre mi cuerpo. Pero las opiniones tan positivas que dieron los lectores sobre mí me recordaron cuán importante es no ser el primero en censurarse. Me permití creer las cosas lindas que dijo la gente.

    Hace dos años, ni siquiera me daba cuenta de que se fabricaban biquinis de talle 18… resulta que sí las fabrican. Muchas y muy bonitas. Y este año, tengo la intención de comprar una y ponérmela para ir a la playa. Y disfrutaré el hecho de que nadie se quejará de mi grasa abdominal (sin parecer loco). Disfrutaré de lo que entusiasma a Brian también: el verme feliz conmigo misma. Dejaré que disfrute de lo que ama sin criticarlo. Pero lo que es más importante, me esforzaré para ganar el amor de mi propia persona, que es el más difícil de conseguir. Coquetearé lo más que pueda y volveré a conquistarme.

    Este post fue traducido por Florencia Kievsky.